top of page


STATEMENT

Mi trabajo se centra en la exploración del paisaje a través de la pintura. En los últimos años desarrollo obras en las que el silencio, las emociones, la percepción y los recuerdos forman parte del entorno como cualquier otro elemento de la geografía. El paisaje creado es el resultado de una operación de extrañamiento más que una representación de lugares reales.

La obra se instala entre la luz y la oscuridad, entre la presencia y la ausencia, evocando al horizonte como un intento de reflexionar sobre la propia existencia, de sentir y mirar más profundo en lo interno. Mediante la meditativa aplicación de numerosas capas de color y esfumados, la obra existe entre lo etéreo y lo solido, donde no se sabe si sucedió algo o está por suceder. 

La imagen que surge remite a un universo íntimo de contornos indefinidos ¿acaso podríamos sumergirnos y transformarnos en territorio, en cercanía, en refugio o en abismo y salir ilesos?

“Espacio Profundo”.

/ Sobre las obras de Paula Picciani.

 

Reina la oscuridad, y de pronto fogonazos de luz verdosa resaltan el único acontecimiento que está teniendo lugar: la deriva de retazos flotantes de una escenografía desguazada que adquiere momentánea nitidez en su fuga perpetua hacia un destino incierto por el espacio sideral.

A su alrededor se extiende lo indiferenciado, allí donde da lo mismo arriba que abajo, el más acá que el más allá; y es sólo la presencia de esos planos proyectados y contrapuestos la que opone el único contraste a la luz de fondo.

 

El espacio es caótico e incomprensible y nuestra conciencia logra poner tan sólo una pizca de orden y sentido a su sopa cuántica.

Un punto, por ejemplo, no es algo que exista de verdad. Ya que, en rigor, un punto es un ente inmaterial, es prácticamente nada, sólo una coordenada, una referencia casi inexistente allí donde se cruzan fugazmente dos líneas divergentes.

Una línea puede provenir de ningún lado y alejarse eternamente hacia un horizonte sin fin.

Y al infinito también se lo puede encontrar no sólo en la lejanía sino en las interminables fracciones en las que se puede dividir un milímetro. En una regla cualquiera, entre el cero y el uno hay toda una eternidad.

 

Y qué decir de las voluptuosidades que adopta el espacio en nuestros sueños? Allí donde las leyes que rigen nuestro mundo físico se toman vacaciones y entonces creemos poder volar, atravesamos agujeros diminutos, damos saltos majestuosos, o caemos y caemos y caemos sin parar.

 

La ciencia ha deconstruido nuestra experiencia espacial a tal punto que, si tuviéramos que medir previamente el sinnúmero de variables físicas, corporales, atmosféricas y gravitatorias que entran en juego en cada mínimo gesto, dar un paso sería una tarea casi imposible de realizar.

 

Hubo quien se afanó por escribir prácticas instrucciones de como subir o bajar de una escalera, un acto tan automático que ya no recordamos cuando aprendimos a hacerlo.

 

Sin nuestros sentidos el espacio es imposible.

Con tan sólo cerrar los ojos accedemos a un universo íntimo de contornos indefinidos. Escuchamos al espacio cada vez que nos llegan campanas lejanas o nos murmuran al oído.

Saboreamos al espacio al palpar con nuestra mirada el aroma de la fruta madura que cuelga del árbol.

Nuestros sentidos proyectan vectores en el espacio, que lo detectan, lo enmarcan, lo dimensionan, lo comprueban y lo entienden.

Lo vuelven una experiencia real.

 

El espacio se convierte en territorio, en cercanía, en refugio o en abismo.

El espacio del amor, con sus citas y escondites, frotes y zarandeos, arrumacos y concavidades.

 

Un espacio congelado o hirviente, denso u holgado, vacuo o asfixiante.

Habitado por una puerta que se cierra y una ventana que se abre,

por un cometa o una cúpula,

por el muro y el umbral,

por la nebulosa, el colibrí, la nube o el cohete.

 

Ideado por la fantasía,

sufrido en el encierro,

reconstruido por la memoria,

hecho carne en la intimidad,

 

Lógica, cálculo, extravío, desenfreno.

 

 

Mariano Vilela, 2019

GRUPO CHARCO PRESENTA:

PASAJERA EN TRANCE

Verónica Leprêtre y Paula Picciani

Muchos de los que se ven atraídos a la vida artística

están buscando desesperadamente esos reservorios de silencio

donde podemos echar raíces y crecer.

Mark Rothko

 

Las numerosas metáforas sonoras o musicales de las que nos servimos para entender las artes visuales parecen sugerir que las imágenes no solo son criaturas del espacio y de lo físico sino que también participan del tiempo, que es una de las materias de la música. Las obras que forman parte de esta muestra son silenciosas, insinuantes y de una potente sutileza. Existe un género musical llamado ambient cuya búsqueda son los climas, los espacios y las atmósferas antes que las estructuras rítmicas, la armonía y la melodía. Pasajera en Trance es una muestra que podría encuadrarse dentro de un difuso y ficcional movimiento: el ambient art.

En las fotografías de Verónica Leprêtre se retratan luces tenues y sombras que sugieren volúmenes mínimos, quietos pero cargados de velado dinamismo. Dispuestas en este políptico cobran otro sentido. La secuencia, la mínima heterogeneidad de las variantes entre cada foto, proponen una temporalidad. Como si la obra fuera el mapa de los recorridos de la mirada y cada foto la captura de un instante de ese periplo, bitácora visual de un viaje mínimo y a la vez profundo. El storyboard para un sueño.

Las pinturas de Paula Picciani son paisajes, aunque no haya ningún elemento geográfico o territorial en ellas. Sólo un horizonte impreciso, inexistente, atemperado por una bruma que crea una atmósfera extrañada. El clima es el del surrealismo metafísico. A pesar de su minimalismo está cargado de psicología y evoca sensaciones que también son híbridas y esfumadas. En estas obras todo es incertidumbre. Un hallazgo: el enmarcado nos niega hasta la certeza del rectángulo. Los vértices de la pintura también han desaparecido.

Las obras de gran formato son acompañadas por un grupo de bocetos y pequeños trabajos que evidencian aún más los vasos comunicantes que existen entre ambas artistas y en los que puede adivinarse el proceso y las derivas de las que se componen sus visiones.

Completa la muestra una instalación de sitio específico que resume el espíritu de Pasajera en trance en una alquimia sutil y poética: la luz, lo blando, lo incierto, lo quieto, lo atmosférico, la suspensión del tiempo.

Un verso de la canción de la que tomamos prestado el título dice “Un amor real, es como dormir y estar despierto”. En ese tránsito, en esa duermevela, habitan las obras de esta muestra.

 

Laura Saint-Agne y Kalil Llamazares

CURADORES

Buenos Aires, diciembre de 2023

bottom of page